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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 95


Dos dias hace que el negro puntillo exaltó á nuestro hombre y dijo á su mujer:

— Voto á brios, Dorotea, que te ofrezco traer hoy un conejo muerto por mí de un tiro en ese bosque maldecido, ó dejo de ser quien soy.

Esto no pasaba de ser una bravata; pero el hombre, que tenia ingenio, ideó el medio de cumplir su palabra.

Vosotros, lectores, ¿imagináis imposible encontrar este medio? pues helo aquí:

Compró un conejo vivo, lo llevó al bosque, lo ató con un fuerte lazo á un pequeño arbusto, y, claro está.... ¿Os parece mal? discurrid otro mejor.

Pues señor, dispuesto todo de este modo, carga su escopeta de cuatro cañones, pone en cada uno doble tiro, se prepara, coloca los cuatro cañones á dos ó tres pulgadas del desgraciado conejo, apoya la escopeta sobre una piedra para que no falsee, dispara los cuatro tiros á la vez para que no haya escusa que valga, y, plum, cataplum, plum, plum... nuestro hombre cae de espaldas.

Se levanta después, mira.... los cuatro tiros hablan ido derechitos, derechitcs, á cortar la cuerda; y el conejo sano y salvo, estaba comiendo yerva, como si tal cosa. ¡Vaya un cazador que era el buen Tiradilla!


La mujer perdida.

En un periódico de los Estados-Unidos se insertaba hace poco el siguiente anuncio:

«Ha tomado las de Villadiego, ómehasido robada, mi mujer Fanni. Tenga entendido el que piense devolvérmela, que le romperé las piernas.

»En cuanto ásus deudas, dejo á cada acreedor su derecho, porque no habiendo pagado jamás las mias, mal podría satisfacer las suyas.»


Consejo de mujer.

Un tendero pesaba y media mal, dando de me