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88 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

levantar. El rey se apeó, y sin decir quién era, se acercó al paisano ofreciéndole su ayuda.

El asno y el saco estaban cubiertos de lodo.

— Señor, dijo el lugareño, me parece V. un criado de importancia de la corte del rey de Aragón, y creo no debo aceptar sus ofrecimientos, porque podría ajarse su magnífico vestido.

— No tengas cuidado de eso, dijo el rey; mejor será que pierda el vestido yo, que puedo hacerme otro, que no tú el asno y la harina, que serán tal vez el sustento de tu familia.

— Con todo, repuso el labrador, no puedo consentirlo, porque aunque su lenguaje y su generosidad inspiran confianza, hallo un no se qué en toda la persona de V. , que yo, que soy un pobre lugareño, lo conozco y me deja confuso y turbado.

— Vamos, buen hombre, contestó el rey, acercándose al asno y cogiendo el costal de harina por un lado, mientras el labrador hacia lo mismo por el opuesto.

— Mucho sentirla, dijo el labrador con mas confianza, que si el rey D. Alonso se acercase, reprendiese á V. duramente por el favor que me presta.

— Si lo que hago es bueno, contestó el rey, ¿cómo es posible que nadie lo desapruebe? Tira con fuerza, añadió, y concluyamos de salvar tu hacienda; y el lodo que he podido coger al prestarte este servicio no te dé cuidado, porque es fácil encontrar agua para lavarlo.

En esto la comitiva del rey se acercó, y principiaron los caballeros á victorearlo estrepitosamente, y luego, aproximándose sus pajes, le limpiaron el lodo y le dieron nuevos vestidos.

El labrador quedó espantado de aquel suceso increíble, pero siendo, como era, hombre de buen discurso, calmó su agitación prontamente, se acercó al rey, se echó á sus pies, y prinicipió á pedirle perdón.

— Señor, dijo; V. M. sabe que tenia repugnancia