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86 — BIBLIOTECA DE LA RISA.


— No muy buena, porque emplee ese dinero en carneros, y se han muerto de la viruela.

— Mala noticia.

— No muy mala, porque he vendido las pieles y he sacado mas de lo que ellos me hablan costado.

— Buena noticia.

— No muy buena, porque llevé el dinero á casa, y la casa se quemó.

— Mala noticia.

— No tan mala, porque en ella estaba mi mujer, y se quemó también.


Que lo ahorquen.

Un magistrado de alguna edad, y recien casado por cierto, no pudo resistir, estando en el tribunal, la tentación de dormir. ¡Flaquezas humanas! Los abogados informaron, la sala se despejó, y el juez dormia que se las pelaba como si fuera un lirón.

El negocio se discutía entre los compañeros, y el presidente, tocando en el hombro de nuestro magistrado, le pidió su voto. Entonces, despertándose sobresaltado, se estregó los ojos, y dijo:

— ¡Que lo ahorquen! ¡que lo ahorquen!

— Vea V. que se trata de un campo, dijo el presidente.

— ¿Sí? contestó sin inmutarse; pues que lo sieguen.


Las malas lenguas.

Un pobre novicio encontró el medio de dar asalto á la despensa en que estaban guardados unos solomos y unas lenguas para la comida del dia siguiente. Los primeros los encontró en muy buen estado, y se los llevó, pero las lenguas le pareció que estaban pasadas y las dejó en su lugar.

Todo hasta entonces marchaba perfectamente; pero el maestro de novicios vigilaba mucho y lo