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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 83


cia de verdad, que en todo aquel territorio era muy grande la veneración que se tributaba al cabello de la Virgen, concurriendo millares do personas á mirarlo.

Vino cierto dia un labrador que nada tenia de tonto, y abriendo sus grandes ojos y llegando con sus dedos á tocar casi los del sacristán, le dijo á este con solaperia:

— Oiga V., padre sacristán, yo miro, miro; pero por mas que miro, nada veo.

— Ya lo creó, respondió el tunante, hace ya veinte años que lo enseño y todavía no lo he visto.

Por su desgracia lo oyó el cura, y ya no lo ha enseñado mas, porque lo dejó cesante.


El moribundo y el acreedor.

Se moria un pobre hombre, lleno de trampas y de deudas, y cuando estaba casi en los últimos momentos, uno de sus mas implacables acreedores, que lo supo, se fué corriendo á la casa del enfermo, y se le presentó delante pidiendo le pagase su crédito.

— ¡Hombre, por Dios, déjame morir en paz! dijo el enfermo con voz espirante.

— ¡Que te deje morir! contestó el otro impasible; no, no, tú no morirás hasta que me pagues. ¡Cómo! ¿me crees tan simple que te sufra esta nueva jugada?


La superchería.

A un caballero, que habia cometido un pecado gordo, le impuso su confesor la penitencia de visitar una ermita con los pies descalzos.

El penitente, con la escusa de mayor mortificacion, pidió que se le conmutase la pena en la de hacer la visita calzado, pero poniendo en las botas piedras pequeñas ó garbanzos del país, que eran todavía mas duros.

Obtenida la conmutación, el caballero principió