— Hombre, qué ha de saber cantar, no; lo que hace es señalar las horas.
— ¡Toma! lo digo, porque lo que he encontrado es una cosa blanca, blanca y redonda, redonda,
— ¡Mi reloj! si, mi reloj.
— ¡Cá! no señor; si era un gusano que hacia cía, cía, cía, y tenia una cola... ¡qué cola...!!
— La cadena. ¿Y qué has hecho de él?
— ¡Toma! he cogido una piedra de media arroba, y ¡plafí lo he muerto.
— ¡Ah! imbéciü.un duro te has perdido que te hubiera dado de hallazgo.
— ¡Quiá!
Cierto comisario, á unos
Quintos les pasaba muestra,
Y díjole á su escribiente
Que ojo á la margen pusiera
A los viejos é impedidos
Por no llevar gente enferma.
Pasó un tuerto y dijo; — A este
Poned ojo; oyólo apenas
Un cojo que le seguia,
Cuando dijo: — Pues ordena»
Que al tuerto le pongan ojo.
Haz que á mí me pongan pierna.
El lacedemonio Androcilo, siendo cojo, sentó plaza de soldado, y ouando sus amigos le decian que tendría que pelear con gentes ágiles y fuertes, les replicó:
— Para pelear no se necesita correr, sino estar parado.
Caminaban de noche caballero y escudero, es decir, un tratante en ganado de cerda y un criado