— Señor, hasta el tobillo.
Entonces el peligro que corrió no ha sido muy grande, que digamos, y lo que estraño es, que no haya podido salir solo.
— ¡Ah! señor, si caí de cabeza.
—¡Ya!
Un caballero, á quien declararon cesante en un arreglo, hablaba con calor en el café la noche siguiente diciendo, entre otras cosas, que su cesantía habia de costar la vida á mas de mil personas.
Un agente de policía que lo oyó dio parte al cabo, este al celador, el celador al inspector, y así sucesivamente, hasta que llegó á oidos del gobernador, que mandó en el acto prender á aquel hombre y llevarlo á su presencia.
— ¿Es cierto, le dijo el gobernador, que V. ha dicho?....
—Si señor, he dicho eso, y lo cumpliré.
— ¿Y cree V. que se le permitirá?
— ¿Y por qué no, si por las muertes que yo haga no me puede perseguir la justicia?
— ¡Ah! ¿conque V. puede matar álos demás, y pasearse después por la calle tan fresco como si tal cosa?
— Por supuesto, como que soy médico, pienso ejercer la profesión, y creo que Dios nos dará buena cosecha de enfermos.
Era un coche (Dios delante)
Que arrastrado de dos potros
Parecía entre los otros
Pobre coche vergonzante.
Y por maldición muy cierta
De sus padres (¡hado esquivo!)
Iba de estribo en estribo,