dirán lo cierto, replicó su ilustrísima, pero yo quiero cenar segunda vez ya que no puedo cenar la primera.
Un italiano quiso comprar un caballo, y halló uno que le daban por 100 duros.
— Os daré 50 al contado, dijo al chalan, y deberé lo demás.
El vendedor aceptó, y algunos dias después fué á cobrar lo que faltaba.
— ¡Cómo se entiende! dijo el italiano; debemos atenernos á nuestras palabras.
Os he dicho queos deberla lo demás, ya veis que si lo pagase no os lo deberla.
No paso una vez por la calle de la Montera, que no encuentre dos ó tres entierros en la puerta de San Luis, decia un amigo nuestro.
— Pero, señor, ¿qué ha de suceder en un pueblo que tiene de setecientos á ochocientos médicos?
— Es claro.
Un licenciado del ejército, que se retiraba á su casa sin oficio ni beneficio, halló por casualidad la receta de unas pildoras para curar todas las enfermedades habidas y por haber, y que se le habia perdido á un charlatán. Como no lo era él poco, se presentó en el pueblo diciendo que habia estudiado medicina, y creyéndolo buenamente sus paisanos, principió á ejercer la profesión con todo descaro, propinando siempre la misma medicina para todas las enfermedades, aunque la causa de ellas fuese contraria. Las pildoras obraban á las mil maravillas, algunos enfermos se curaron, otros se