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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 67

— Ahora lo comprendo, respondió el caballero; ha encontrado V. un botón y no ha querido que se quedase sin ojal. Tome V. otros cuatro reales por su paga de sastre, y creo debe ir contento; porque si es torpe en todo, tiene al menos tres oficios.


El fin del mundo.

El celebrado Zarate era tan buen poeta como filósofo, y tan buen filósofo como franco y desembarazado de carácter. Para negarle todas estas cualidades, solo hay una razón que algo vale, y es, que tenia coche; pero no somos tan escrupulosos que hayamos de echar por tierra una reputación por un coche mas ó menos.

Paseaba un dia por el Prado en el suyo, melancólico y triste, y á la vez paseaba también en otro el célebre condeduque, ministro en la actualidad de S. M. Católica.

Juntáronse los dos coches, el uno bajando y el otro subiendo, y sacando el ministro la cabeza por la portezuela, le dijo al poeta con aire impertinente:

— Señor doctor, ¿cuándo se acabará el mundo?

Zarate volvió la vista, y haciendo un profundo y respetuoso acatamiento, dijo:

— Mandando vuestra escelencia será indudablemente, señor escelentísimo.


Una precaución sabia.

Sitiaban los franceses á Zaragoza, y en la magnifica esplanada que sirve de margen al canal ea el monte de Torrero, acababan de descargar un grande convoy de pólvora y municiones, traido de Villa-feliche. Era verano, y á eso délas dos de la tarde se levantó una horrorosa tempestad, de aquellas que en Aragón acostumbran todos los años á devastar los campos y reducir los pueblos á la miseria. Eayos y centellas cruzaban la atmósfera y el