— Es la primera vez, y te perdono, pero te prometo que si te hallo la segunda, arrojaré tu casco por la ventana.
El amigo conoció que la amenaza no era muy terrible: se rió de ella y volvió á su intimidad pasada. El marido los sorprendió de nuevo, y cumplió su palabra; después se fué á palacio, se arrojó á los pies de Jorge I, y le pidió gracia.
— Cuéntame el caso, le dijo el rey.
— Señor, contestó el dragón, he arrojado por la ventana el casco de uno de mis camaradas, á quien he encontrado en conversación íntima con mi mujer.
— ¡Ah! ¡ah! esclamó el soberano, yo te perdono, porque el delito bien merece la pena de que arrojases el casco por la ventana.
— Señor, dijo el dragón, es el caso, que la cabeza de mi compañero estaba dentro.
— Y bien, contestó el rey, dejando de reir, he dado mi palabra y no la revoco.
Se confesaba un hablador de haber murmurado en público de una persona respetable.
— Es necesario, le dijo el confesor, que en público también se desdiga V. de esa falsedad.
— Padre, replicó el penitente, el caso es, que como saben que miento tanto, no me creerán.
— Si eso es así, dijo el prudente confesor, puedo absolverle, porque tampoco habrán creído su murmuración.
Acostumbraba exagerar de una manera tan estraordinaria un estudiante andaluz, que sus compañeros, viéndole espuesto á perder su reputación, convinieron con él en pisarle el pié cuando lo vieran dispuesto á disparatar.