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60 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

compañeros cayeron al rio como si fuera uno solo.

El tonel dió una vuelta sobre sí mismo como si quisiera examinar la catástrofe, y siguió majestuosamente su curso.


El loco por la pena es cuerdo.

— ¡Quién vive! gritó un centinela al observar en una oscura noche que un bulto se aproximaba con lentitud al cuerpo de guardia.

— Jesús Nazareno, contestó una voz llena de robustez y majestad.

Sin saber qué hacer el inesperto militar, llamó al cabo de guardia, que avanzó con dos números hacia el objeto indicado.

—¿Quién es? preguntó á su vez.

— ¡Jesús Nazareno! repitieron por toda contestación.

Amostazado el cabo, se acercó y descargó sobre el infeliz que así contestaba tantos palos, que lo dejó medio derrengado; luego, aproximando la luz de la linterna, reconoció en el apaleado á un caballero célebre por sus escentricidades ó mas bien locuras.

—¿Por qué no se ha anunciado V. por su nombre y nos hubiéramos ahorrado este disgusto? le dijo el cabo.

— Líbreme Dios de tal disparate, repuso con calma el desgraciado demente. Si diciendo que soy Jesús Nazareno me han tratado Vds. de tal modo, ¿qué no hubieran hecho conmigo diciéndoles quién era?


Lo preciso y lo difuso.

Un jesuita que la echaba de literato, necesitaba tomar baños, y para obtener con facilidad la licencia del superior, y probar al mismo tiempo los puntos que calzaba en lo que llamamos letras humanas, escribió en latin una larguísima carta de siete ú ocho pliegos, atestada de citas hebreas, griegas