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58 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

carse, y después de haber contado el milagro, que no es pequeño, le dijo al albeitar:

— ¿Y eso lo harías tú?

Si, señor, contestó el otro sin aturdirse; lo haría con los restos del año último.


La prueba.

 Quería poner D. Simplicio una hermosa maceta de camelias en una tabla que tenia colocada en la ventana del sotabanco, y para no esponerse á que, rompiéndose la tabla, se hiciera pedazos la maceta, quiso probar el peso que resistiría. Meditando despues sobre lo que podía colgar para la famosa prueba, nada encontró que pesase tanto ni fuese tan á propósito como él mismo.

 Satisfecho con la idea, salió á la ventana y se agarró á la tabla dejándose colgar; por su desgracia, ó ella era débil ó él pesaba mucho, lo cierto es que se rompió, y D. Simplicio fué á parar á la calle, rompiéndose una pierna y dos brazos.

—Si no hago la prueba, decía después, pardiez que me luzco; se hubiera roto la tabla y me hubiera quedado sin maceta.


El caballero de Madrid y el de provincia.

 Hace algunas noches que al entrar en el teatro de la Zarzuela se armó una disputa entre dos caballeros, de los cuales, el uno pertenecía á la alta sociedad de Madrid, mientras el otro no pasaba de ser un propietario rico de lugar.

— Yo haré, dijo el primero al segundo, botando de furor, que mis criados le den á V. cien palos en las costillas, en justo castigo de la insolencia con que me habla.

— No puedo corresponder á V. en la misma forma, porque no tengo criados, contestó el lugareño; pero sí quiere "V. que bajemos al Prado ahora, tendré el honor de dárselos yo mismo, sin que uno