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50 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

El dinero que le habian dado para este libro no pasaba de cuatro reales vellon, y el librero no lo daba por menos de ocho. El labriego deseaba servir al boticario, pero no queria suplir dinero de su bolsillo, y como la distancia era mucha, dijo al librero:

— ¿No dice que los doce pares los dá en ocho reales?

— Ni un cuarto menos.

— Pues entonces todo se puede arreglar, repuso el lugareño satisfecho de sí mismo. Déme seis pares y tenga cuatro reales, que si le gustan estos seis, él mandará comprar los otros.


El valor de un torero.

Se acobardó tanto un torero en la plaza, que huia del toro como del demonio. Unos amigos suyos que estaban en el tendido, temiendo que comprometiese su reputación, lo escitaban á que abandonase la valla y saliese á torear.

— No os canséis, les dijo; el toro huye de mí, porque es gallina.

— ¿De veras? le repuso uno; pues si tú oyeras lo que va diciendo el toro de tí!


El rey y el cura de aldea.

Estando en el Escorial, salió Felipe II á caza; y empeñado en seguimiento de un jabalí, se halló separado de los monteros y criados, acompañándolo solo D. Diego de Córdoba. Sobrevino la noche, tormentosa, oscura y con lluvia; de suerte, que si lograron salir de la maleza, no fué con poco trabajo. Perdido el camino, se dirigieron al primer lugar que alcanzaron á ver por las señal de las luces, que en aquella profunda oscuridad les sirvieron de guia.

Pareciéndole á D. Diego que la mejor posada