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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 47

general fué la respuesta de este rasgo heróico de generosidad, y las bocas de los niños se hicieron agua.

Llegó el gran dia: los que asistíamos á la clase seríamos doscientos, colocados en dos largas filas, y esperando el momento de dar principio al delicioso refrigerio. Un criado se presentó con una servilleta, un plato, y en él un pocillo de chocolate, que podría contener media onza. En otro plato llevaba un alfiler.

Así serán los de todos, pensé yo para mi.

No era muy grande, pero á lo dado no se le debe mirar ni el pelo, ni el tamaño.

— Ven acá, dijo el maestro al primero con voz risueña, y haz lo que yo haga.

El maestro cogió el alfiler, lo metió en la gícara, lo chupó, y se lo dió al niño: este hizo lo mismo y lo dió al segundo, y así sucesivamente, en dos minutos probamos el chocolate los doscientos niños de la clase.

La gícara había quedado, poco mas ó menos, con el mismo chocolate que cuando la trajeron.

— Lo poco, bien repartido, hace provecho, dijo entonces el maestro: cuando Dios dá para todos da; ahora, hijos mios, que todos habéis quedado satisfechos, yo me tomaré los restos del convite; y diciendo y haciendo se sorbió el chocolate en nuestras barbas.


La elección de un cuadro.

Un pintor célebre ofreció un cuadro de los suyos, el que quisiese elegir, á un caballero de bastante ingenio, pero que nada entendía del arte.

Deseando escoger el mejor, y no teniendo á quién consultar sobre este punto, ideó una traza, que le produjo el mejor resultado posible.

Al efecto, se escondió en casa de un amigo, cierto dia en que el pintor debía comer en ella, y cuando este se encontraba mas descuidado, apurando vasos y botellas, entró un criado y le dijo: