pueblo que su hijo Federico sabia perfectamente la historia sagrada, le hizo en su presencia la siguiente pregunta:
— Ven acá, hijo mio; ¿quién hizo el cielo y la tierra?
— ¿El cielo y la tierra, papá?
— Sí, el cielo y la tierra.
— ¿Yo qué me sé de eso?
— ¡Cómo que no lo sabes, miserable!
— Pues bien, papá: yo he sido, pero no te enojes, que ya no lo haré mas.
Creyendo entonces el cura que responderia mejor á alguna otra pregunta, le dijo:
— Dime, amigo mió, ¿qué dia murió Nuestro Señor Jesucristo?
— Yo no lo sabré decir, señor cura, porque solo sé que estaba muy enfermo.
Mi maestro de primeras letras tendria unos veinte y cinco años; era andaluz, gracioso y amigo de chanzas y de bromas; se llamaba Juan, y el dia de su santo, que era el Bautista, tenia la costumbre de convidar á todos sus discípulos.
Pero no vayan Vds. á creer por esto que era derrochador y bolsilli-roto; antes, por el contrario, era económico hasta mas no poder.
Solia convidarnos á cerezas ó guindas; buscaba siempre las mas pequeñas; y en los años abundantes regalaba una por cabeza, y una para cada dos en los años de escasez.
El presupuesto de su convite, un año con otro, venia á ascender á cuatro cuartos, porque las cerezas por libras valían á dos.
Este hombre murió de una indigestión, y el sucesor, cuando supo la costumbre del convite, la quiso imitar.
Os voy á convidar, amigos míos, nos dijo, pero no á cerezas, sino á chocolate. Una aclamacion