Nuestro estudiante principió á llorar, pero no de compasion.
— ¡Ah! ¡te quejas de eso! dijo dando tregua por un momento á las mandíbulas. ¡Qué seria si te hicieran ir á la escuela como á yo!
Ji....ji....ji....
A uno que habia salido á embargar los bienes muebles de una casa de campo, le decian sus compañeros:
— ¿Muy pronto vuelves: ¿te han recibido acaso mal?
— ¡Por vida mia! respondió, que me han querido hacer comer.
En efecto, habian soltado contra él dos perros alanos, y á no haber sido tanta la ligereza de sus pies, lo hubieran dejado en los huesos.
En un navio inglés se perdió por descuido la cafetera de plata del capitan, que, al echarla de menos, votó y trinó como un renegado. Cuando aquella cólera violenta principió á mitigarse, un marinero se acercó y le dijo:
— Mi capitán, cuando una cosa se sabe dónde está, ¿se puede decir que se ha perdido?
— No, respondió el capitán; y si tú sabes dónde está la cafetera, te ofrezco un buen hallazgo.
— Acepto, repuso el marinero, y puede V. vivir tranquilo por ella, porque yo sé positivamente dónde está.
— ¡Tú! Y ¿dónde es?
— En el fondo del mar.
Queriendo un buen papá hacer ver al cura de su