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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 39

— Acusóme, padre, de que he robado otro par de huevos.

— Acabe con los huevos, dijo el confesor amostazado.

— A eso voy, contestó el penitente; porque solo restaba un par, que es el de que me acuso.

— Gracias á Dios, repuso el confesor.

Cuando el penitente se retiró, miró el señor cura la cesta, pero no había quedado en ella ni un solo huevo.

— ¡Ah, bribón! esclamó sin poderse contener.


El flato noble.

Decia un caballero en una reunión que tenia mucho flato. Su esplicacion era tan estravagante y tan exageradas sus palabras, que un médico célebre que lo escuchaba no pudo menos de decirle:

— Caballero, ó no sabe V. lo que es flato, ó no es tal enfermedad la que padece.

— Yo, señor mio, contestó el supuesto enfermo, no sé lo que significa tal palabra; pero oigo todos los dias al marqués N., mi amigo, decir que lo tiene; y siendo yo tan noble como él, no puedo dejar de tenerlo.

— ¡Ah! es verdad, replicó el médico.


Las siete cabrillas.

Murió un labrador tan apasionado por la carne de cabra, que en pocos años habia devorado un grande rebaño de ellas que pertenecía á sus hijos. Con motivo de su muerte habia vuelto á la casa el mayor de todos ellos, estudiante de medicina, y tenido en el pais por un gran astrólogo.

— Hermano mio, le dijeron los otros al estrecharlo en sus brazos, haz el favor de averiguar y decirnos si nuestro padre está ó no está en el cielo, porque nos tiene esta duda con mucho cuidado.

El estudiante salió aquella noche al corral, miró