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36 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

en su despacho, y le enderezó una reprimenda de padre y muy señor mio. El alcalde, aturdido y sin saber qué disculpa dar, dijo por último:

— Señor, no hay asno que no tropiece alguna vez.

— Si fuera un asno, contestó el gobernador sonriendo, pase; pero... ¡toda la récua!...


Los versos pecadores.

En una de las célebres reuniones literarias de esta corte leyó cierto poetastro unas coplas detestables; y preguntando otro con este motivo si Adam habia compuesto versos en el estado de la inocencia, contestó un hombre de verdadero talento:

— Sí que los compuso; pero no se parecían á estos, porque á la legua se conoce que están hechos después del pecado original.


El olvido de sí mismo.

Viajaba á marchas dobles por Haiti un señor francés en aquella época en que principiaban los negros á figurar como grandes señores. Llegó tarde á una posada, y la escasez de camas era tal que por mucho favor pudo conseguir que un gran personaje negro le cediese la mitad de la suya. El señor negro tenia muchos criados negros tambien; el señor blanco tenia uno solo, pero de su color, y á este le dijo al acostarse:

— Quiero levantarme á las cuatro de la mañana; despiértame á esa hora; pero ten mucho cuidado de no despertar á este caballero negro, que es nada menos que el señor marqués del Cuervo. Hazte mucho cargo: yo me acuesto en el lado derecho de la cama.

El señor negro y el señor blanco se durmieron, pero á poco rato los criados del negro entraron en la habitación y vieron á un blanco dormir con su amo; entonces el espíritu de raza los acaloró, tomaron barniz de botas y convirtieron en negro al