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32 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

que para beberle; ánimo, pues, y concluyamos de un sorbo.

El rey lo hizo así, tambien Quevedo lo hizo; pero se abrasó las fauces, y entre una multitud de gestos y contorsiones dejó escapar un sonido de los que tienen el singular privilegio de herir á un tiempo el oido y el olfato.

— ¿Qué es eso? preguntó el monarca, amostazado por aquel esceso de confianza.

— Nada, señor, contestó impasible nuestro héroe, es un desgraciado que va huyendo de la quema.



La agudeza de un loco.

— ¡Que lástima de jóven! decia un loco contemplando el cadaver de un militar á quien una bala habia atravesado la cabeza. Este hombre hubiera sido un Alejandro.

— ¿Y por qué, le preguntó un curioso?

— Porque maldito el caso que hacia de las balas. Vea V., vea V., repetía señalando su herida. Por un oido le entraban y por el otro le sallan.


Adivinanzas.

5 — ¿Qué es lo que se pone sobre la mesa, se corta, se reparte, y sin embargo no se come?

6 — ¿En qué se parecen los suegros á los hurones?

7 — ¿Cuál es la población de España que no es posible nombrarla sin saludarla al mismo tiempo?

8 — ¿Puede un hombre vivir sano y bueno muchos dias y aun muchos años real y verdaderamente enterrado?


Las alforjas cosidas y descosidas.

Presenciaba cierto aldeano la ejecución de un reo, y para que no le robasen veinte pesos duros,