un negocio que solo á mi cabeza se le podia ocurrir.
— Esplícate, hambre, que estás muy pesado y parece imposible que de una cabeza tan dura pueda salir nada bueno.
— Mira, he prestado ocho mil reales á un estudiante al cincuenta por ciento al año, he cobrado adelantados los intereses y me encuentro con una escritura de crédito á mi favor por valor de ocho mil reales habiendo desembolsado solo cuatro mil.
— ¡Ah! qué tonto eres, ya me lo figuraba yo; mira, no has sabido hacer el negocio.
— Pues mujer, ¿qué he debido hacer?
— Prestar al ciento por ciento, cobrar adelantados los intereses y de este modo te encontrabas con la escritura á tu favor de ocho mil reales sin haber desembolsado un cuarto.
— Diablo, es verdad.
Han dicho, y no es maravilla,
Me decia un sastre ayer,
Que de ladrones la villa
La va el alcalde á barrer.
Si es eso, y lo hace con tino.
Le dije yo — ¡voto á brios!
Lo siento, porque un vecino
Muy honrado, pierdo en vos.
Un recluta cargó su fusil con todos los cartuchos que tenia en la cartuchera, que, salvo error de pluma ó suma, eran siete.
Era dia de ejercicio, y el pedazo de alcornoque lo disparó con la mayor frescura, y, como era natural, la esplosion terrible lo arrojó al suelo, escapándosele el fusil de las manos á cuatro o seis varas de distancia.