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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 307

puede conocerse, porque ni mi madre las habrá contado, ni mi padre hará otra cosa que principiar á comer sin mirar la cazuela.

Con esta reflexión se comió una, pero estaba tan buena que no pudo contentarse con ella, y comió otra, y después otra y otra; y así poco á poco raciocinando y comiendo llegó á ver el fin de la cazuela, no dejando en ella otra cosa que caldo.

El carnero habia dado de sí para llegar comiendo hasta las primeras cepas, y el muchacho se encontró casi de repente en la presencia de su padre pensando en la necesidad de buscar una escusa, pero sin haber encontrado otra que la de llorar.

— ¿Qué tienes, hijo mió? dijo el pobre hombre dando mano á su trabajo, ¿te ha sucedido algo?

— ¡Qué quiere V. que me suceda! que por venir corriendo he dado un tropezón, se me ha caido la cazuela entre unas piedras y solo he podido recoger el caldo.


En medicina, la fé.

La madre de un gran doctor
Cayó en Ñapóles enferma
De una enfermedad que nadie
Llegó á entender su fiereza.

Los médicos afamados
Fueron con gran diligencia
A visitarla cumpliendo
La urbanidad que profesan.

Y viendo tan grande achaque,
Poniendo en arcos las cejas,
Decretaron que no habia
En toda la humana ciencia
Remedio á tan grande mal.

Pero replicó la vieja:
— Mi hijo me ha de curar:
Y por dejarla contenta
Recetó algunos remedios
Y obraron de tal manera