— Señor, respondió el peluquero, él caerá, que ahora está en bruto.
Haciendo un esfuerzo sobre sí mismo un hombre que era tenido por cobarde, fué á matar á otro que lo había agraviado.
El segundo se dio tan buena maña, que derribó á su contrario en tierra, y lo pasó por el vientre dándole una estocada.
Maravillándose los médicos de que la herida no tocase en tripa alguna, dijo un gracioso:
— ¿Cómo le había de tocar en las tripas si entontonces no estaban allí?
— ¿Cómo puede ser eso? preguntó uno de ellos.
— Porque había hecho de las tripas corazón.
Cicerón y Pompeyo quisieron cerciorarse un dia de si era verdad lo que se ponderaba de la magnificencia de Lúculo.
Encontráronse con él en la plaza pública, y le dijeron que irían á cenar á su casa, con la condición de que no había de dar instrucciones á sus criados, ni encargarles preparativos ni gastos estraordinaríos.
Conformóse Lúculo, y solo les pidió permiso para decir á sus criados la sala en donde quería que se sirviese la cena.
— Estamos conformes, dijo Cicerón.
Lúculo llamó á un esclavo y le dijo:
— Esta noche cenaremos en el salón de Apolo.
Llegada la hora, se presentaron Cicerón y Pompeyo, y se quedaron maravillados y absortos al contemplar la imponderable suntuosidad de una cena que debió costar sumas inmensas.
— ¿Qué es esto? dijo Cicerón; una cena semejante no ha podido disponerse sin que tú dieses órdenes