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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 297

— Póngale V. precio.

— Quiero por ella, y no admito objeciones, cien palos dados al vendedor en las costillas desnudas, aquí mismo, en presencia de V. S. y de estos caballeros que me están oyendo.

— Buen hombre, eso es imposible.

— Entonces, Dios guarde á V. S., no puedo venderla á otro precio y me retiro.

— ¡Se habrá visto locura semejante! ¡ni anguila mejor! Hombre, vuelva V., vuelva por Dios, que transigiremos, porque aunque no comprendo su idea me duele perder este pescado.

— Señor, no la doy ni un palo menos.

— Bueno, se le darán áV. pero tan suaves que no le hagan daño.

— En esa parte dejo á V. S. en completa libertad para que los palos se den como mejor le plszca.

— ¡Contrato concluido y manos á la obra! Hola, Perico, saca la verga de sacudir el polvo y da áeste buen hombre cien palos en las costillas, pero ¡ay de ti gi le haces daño!

— Gracias, señor marqués, dijo el labrador.

Los salones estaban llenos de gente mirando todos con asombro aquella escena, sin saber si debian reirse ó entristecerse; pero presintiendo un desenlace raro y estraordinario que nopodian comprender.

Perico principió, uno, dos, tres... diez... veinte... cuarenta. . . cincuenta .

— Alto, dijo el labrador.

Todos los concurrentes á este acto se aproximaron y le dijeron con interés:

— ¿Le hace á V. mucho daño?

— No, no es eso; es, que en este contrato, señor marqués, tengo un asociado á quien me he visto en la obligación de ofrecer la mitad del precio.

— ¡Ah! ¡ah! esclamó el marqués principiando á comprender algo de aquel enigma estraordinario. ¿Y quién es, buen hombre, ese digno socio que debe ahora recibir la parte de su paga?

— Señor, es el portero de la puerta principal de