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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 295

hacia mucho tiempo, retardando su vuelta con frivolos pretestos, cansada de tanto esperar, le escribió diciendo:

— Teodoro mió, ¿es mi ausencia un mal que tú puedes soportar por largo tiempo con facilidad? pues has de saber que yo no puedo soportar la tuya. Ten presente además que el cargo de marido es beneficio que exige residencia, y sentina mucho que te hubieses olvidado de esta circunstancia.


Los dos lados de todas las cuestiones.

— ¿Por qué estás triste y taciturno? decia la hermosa Rosalía á su joven amado, cursante de estadística.

— Porque estoy calcTilando, vida mia; que en cada minuto que recorre la manecilla de tu reloj mueren sesenta personas en el mundo, y es preciso confesar que esto es grave, demasiado grave para que no pensemos en ello, y demasiado terrible para que no estemos tristes.

— Vé ahí una cosa particular, dijo Rosalía, yo miro la cuestión por el lado contrario; yo pienso que en cada segundo, que en cada pulsación de mi arteria debe nacer lo menos uno; esto es, sesenta ó algo mas en cada minuto.

Dime ahora, al mirar mi reloj con la misma idea: ¿no es la imagen que yo me formo mucho mas agradable?


Las misas de un testamento.

En 1840 acogieron en el hospital general de Zaragoza, atacado del tifus, á un pobre estranjera, que en dos ó tres dias llegó á las puertas de la muerte. Manifestó deseos de hacer testamento, é inmediatamente se presentó el escribano á recibirlo. Nadie le conocía bienes ni se sabia siquiera de dónde procedía; porque para admitir enfermos en aquel hospital, que lo es de la ciudad y del mundo