Página:El libro de los cuentos.djvu/284

Esta página ha sido corregida
284 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

— ¿A la vez? pregunta el fingido confesor ardiendo en deseos de venganza.

— No, padre. Lo primero con un paisano, después con un militar, y últimamente con un sacerdote,

— ¡Ah! ¡miserable! dijo el pobre hombre levantándose, tú lo pagarás con la vida, como soy tu marido.

— ¡Necio de tí! contesta la mujer con calma; ¿pensabas acaso que no te conocia me lo ha contado todo el sacristán.

— Y entonces ¿quiénes son esos tres de que me hablabas?

— Tú mismo eres. ¿No estábamos ya casados siendo tú paisano? ¿no fuiste después militar? y ahora, aunque sacrilegamente y ofendiéndome con tú desconfianza, ¿no representas el papel de sacerdote?

— Sí.

— Pues bien; mira cuan injustamente y cuan sin talento me has agraviado.

— Yo te pido perdón.

— Yo te lo otorgo; pero el juez á quien el sacristán ha dado parte de tu sacrilegio, no sé si te perdonará con tanta facilidad.

— ¡Esto me faltaba! y por cierto que cuatro años de presidio los tendría bien ganados un marido que quiere penetrar en semejantes honduras.


Un grande hombre vengándose como un niño.

Durante el sitio de Cartago, cierto caballero del ejército sitiador dio una comida á sus amigos, y en ella les sirvió una gran torta en figura de ciudad, á la que llamó Cartago.

— Ea, amigos, les dijo, saqueemos á Cartago.

Echáronse los convidados sobre la torta, que desapareció en un instante.

Escipion quedó resentido de este hecho insignificante, pero hasta un estremo que parece increible,