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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 281

conseguía despertar; pero no soñaba, estaba despierto, era una verdad cuanto pasaba ensurededor.

— Honra y gloria al querido de Mitrídates, repetían los esclavos.

De repente se oyó un clamoreo general, y gran ruido de gentes y de caballos que inundaban la calle.

— ¡Viva la reina! ¡viva la reina! gritaba el pueblo frenético.

Aquel estruendo llegaba ya á las puertas de la habitación.

— Gloria sea dada á la reina, que viene á honrar esta casa, dijo el jefe de los esclavos.

— ¡A mi casa! esclamó asombrado el anciano, ¡ah! ¡la reina viene á mi casa! esto es un sueño, no puede ser otra cosa que un sueño.

Las esclavas tañeron y cantaron con nuevo entusiasmo, la gritería se redoblaba y todo el mundo parecía volverse loco.

— ¡Viva la reina! esclamaron á una voz jefes y soldados, esclavos y esclavas, postrándose todos hasta dar con la cara en el suelo. La reina apareció en la puerta. El anciano la miró, fué á dar un paso hacia ella y cayó en tierra, esclamando:

— ¡¡¡Es mi hija!!!

— Sí, padre mió, dijo la reina, levantándolo y estrechándolo en sus brazos; soy Estratónica, soy tu hija, soy la reina del Ponto.

— Los dioses bendigan al rey, hija mía, y te bendigan á ti, porque honras á tu padre.

— El rey, padre mío, se enamoró anoche de mí, y anoche mismo se casó conmigo. Soy su mujer y quiere honrar al padre de la reina. Un caballo ricamente ataviado te espera á la puerta; y tu, vestído de púrpura, vas á ser conducido en triunfo por la ciudad, acompañado de los principales señores de la corte. ¡Padre mío, ya no tañerás la flauta para comer!

—¡Dioses inmortales! dadme fuerzas, dijo el anciano,