Página:El libro de los cuentos.djvu/277

Esta página ha sido corregida
EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 277

— Soy yo, Jeremías, el ropavejero de la plaza,

— ¿Puedes salir solo?

— No.

— ¿Quieres que te ayude?

— Yo te diré, he tenido alguna desazón con Raquel, mi mujer, y no quisiera volver esta noche á casa.

— Eso nada importa, dijo el pastor, ahí tienes el cabo de una cuerda, yo tiraré y te ayudaré á subir, y luego podrás pasar la noche en mi cabana; que los cristianos, para hacer bien, no miramos las opiniones.

— Dices bien; pero á los judíos nos está prohibido trabajar en sábado y no me decido á salir hasta mañana.

Al dia siguiente volvió el pastor al pozo, y dijo al judío:

— ¿Has salido. Jeremías?

— No; aquí estoy helado y medio muerto de humedad y de frió.

— Tú tienes la culpa.

— Es cierto, cristiano, pero ahora me ayudarás á salir y me calentaré en tu cabana.

— Estás engañado, Jeremías, porque si á vosotros os está prohibido trabajar en sábado, á nosotros nos está prohibido trabajar en domingo. Conque, adiós.


Los rábanos.

Convidaron á cenar en Madrid á un forastero, y le pusieron rábanos al principio. Dijo el convidado:

— En mi tierra los rábanos se ponen al fin.

— Y aquí también, respondió el que lo convidaba.


Las medias de una criada.

Una criada de servir, que todo lo pierde, según su amo, suscritor divertido de nuestra Biblioteca,