venerable, y mira al cielo y á la tierra, puesto que por los lados solo encontrarás la perdición de tu alma y la de tu cuerpo.
Pero el mozo tenia veinte años, y, contra su misma voluntad, no podia resistir la tentación de mirar por los lados. En esto hablan llegado á la ciudad, y á los primeros pasos que dieron en ella, el joven se detuvo con los pies clavados en el suelo y los ojos en la puerta de la casa mas próxima. En ella se veia una joven de dulce y arrebatadora hermosura, á la que contemplaba el mozo en el mas delicioso arrobamiento.
— Anda, le dijo el padre del Yermo al observarlo; y dándole suavemente en el hombro, con su nudoso bordón.
— ¡Ah, padre! ¡padre mió! ¿quién es? dijo el joven entusiasmado.
— ¡Huye, hijo mió! ¡huye! es el diablo.
— ¡El diablo! ¡ah! ¿y no nos es permitido en el Yermo tener un diablo como ese?
Un caminante preguntó en una venta si habia cama.
— Si que la hay; medid siete pies de este suelo, y acostaos.
— ¿Habrá además, dijo el viajero, una piedra para poner la cabeza?
— Eso es, eso, pedid gollerías.
Decia cierto hombre chistoso que una de las pocas cosas buenas que tenian los casados era la esperanza de enviudar.
Habia uno empobrecido de modo que ya no le quedaban ni dinero ni muebles, y como entrasen