El canónigo, que se hacia el desentendido, se vio por último tan acosado, que dijo un dia al rey:
— Señor, hace cuarenta años que estoy estudiando el abecedario, y soy tan torpe que no he podido aprender todavía el a b. Si esto es así, ya comprende V. M. que no es fácil haya llegado al c d, letras, según mi juicio, imposibles de aprender.
— No las aprendas, contestó el rey, que yo me doy por satisfecho.
Un rico y anciano labrador de un pueblo tenia un cerdo muerto; item mas, muchas morcillas, mucha longaniza y muchos chorizos. Todo esto era demasiado bueno para que no tuviera también quien lo envidiase, y este quien era un honrado vecino que tenia medida la chimenea y un buen saco preparado para dar un tiento al mondongo.
Espera que denlas doce y se sube al tejado: mete la cabeza en la chimenea, y observa que el viejo de Barrabás estaba todavía en el hogar comiendo morcillas , sin ánimo de acostarse. Espera media hora, una, y el viejo, morcilla va, morcilla viene, pero sin irse á dormir.
Entonces toma su resolución; mete otra vez la cabeza por la chimenea, ahueca la voz, y dice:
— ¡Tío Juan! ¡ti o Juan!
— ¡Calla! ¿quién eres? contestó el labrador, que habia bebido mucho para tener miedo.
— Soy el alma del escribano Pero-Nuñez que vengo á hab Jarte.
— ¿Quieres morcillas? baja.
— Quiero que vayas ahora mismo á mi casa, y digas á mi mujer que haga decir por mí veinte misas.
— ¡Ah! ¿eso me pides?
— Sí.
— Pues no quiero ir.
— Por Dios, tio Juan; que las digan, por Dios,