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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 247

Era piadosa y devota, y como tal, tenia encendida una vela de Nuestra Señora de Monserrate, y en los intervalos de descanso que le concedían sus dolores, decía con todo su corazón:

— Si del apurado estrerao en que me encuentro llego á salir con vida, yo os ofrezco, Señora mia, firmemente, que no me veré segunda vez en otro peligro semejante.

Quiso Dios que la joven hermosa pariese con felicidad, y cuando algunos momentos después se encontró en su lecho libre de congoja y dolores, llamó á su doncella y le dijo con cariño:

— Mira, Ernestina, la vela de Nuestra Señora de Monserrate está ardiendo, apágala, hija mia, y fárdala con cuidado para otra vez, porque te aseguro que me ha servido de mucho consuelo en esta ocasión.


El caballo curandero.

Un barbero en un cuartago
Visitaba á cierto enfermo,
Que tenia una apostema
Con unos dolores fieros.

Alargábase la cura,
Y el paciente echaba verbos.

— Hermano, tened paciencia,
Decia el quirurgo diestro,
Que este achaque va despacio.
Que en el hipocondrio interno
Tenéis una hidropesía;
Alcanzadme ese tintero,
Porque quiero recetaros
Un nuevo eficaz remedio.

Al darle el pobre la pluma,
El caballo, que era inquieto,
Asentóle la herradura
Y le reventó el divieso.
Con que al punto le cesaron
Los dolores al enfermo,