Página:El libro de los cuentos.djvu/235

Esta página ha sido corregida
EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 235

— Señor mió, porque ninguno puede ser peor que el primero.


Pensamientos.

Decia un maestro á sus discípulos: Admirad, hijos míos, la sabiduría de Dios, que ha puesto la muerte al fin de la vida, porque si la hubiese puesto al principio no hubiésemos tenido tiempo de arrepentimos.

El mismo solia decir: Causa asombro el contemplar, hijos mios, cómo la Divina Providencia ha hecho pasar los grandes rios por las inmediaciones de las grandes ciudades.


Esperanzas de estudiante.

Algunos estudiantes de buen humor que estaban para concluir su carrera, hablaban hace pocas noches de rentas y de empleos, tomando para sí y distribuyéndose los mejores y mas pingües del Estado.

— Yo, decia uno, querría ser regente de la audiencia de Madrid; otro, consejero de Estado; otro, ministro; y otro, arzobispo de Zaragoza.

— Yo tengo pretensiones mas pequeñas, dijo uno de ellos, y me contentaría con bien poca cosa.

— ¿Qué querrías ser?

— Melón.

— ¡Vaya una ocurrencia! ¿y para qué?

— Para que todos vosotros me oliéseís en el rabo.


Decir que sí ó á la cárcel.

Un alcalde de un pueblo, oficial retirado que habla servido en la última guerra, tenia por criado al mismo que en ella le sirvió de asistente. Era el alcalde amigo de exagerar y de contar rasgos de heroicidad y hechos de armas estraordinaríos, haciéndose, por supuesto, el héroe de todos ellos, con