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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 209

hurtado un costal de trigo, y contra el que pedian todo el castigo de la ley.

El arcediano se sonrió dulcemente, despidió ásus fámulos, y dijo al ladrón:

— ¿Tienes hijos?

— Sí, señor.

— ¿Cómo es que no has hurtado otra cosa mas ligera, y no el trigo que tan difícil es de ocultar?

— Era pan lo que faltaba á mis hijos.

— ¿Porqué no lo has pedido á la caridad en vez de hurtarlo?

El aldeano calló.

— ¿Sabes el castigo que te impone la ley?

— Perdón, señor canónigo, perdón.

— No tiembles; me has hurtado una cosa que yo te hubiera dado si me la hubieses pedido. Coge el trigo y llévatelo si tus hijos no tienen pan, pero luego vuélveme el costal, porque me hace falta, y acuérdate de esto; pide y no robes.


El hijo del pueblo.

Dos rapazuelos sin madre
Disputaban en el Pardo,
Uno decia: — Bastardo,
Ni siquiera tienes padre.

Contestaba el otro tuno:

— Si eres mas feo que el bú,
¿Qué no tengo? Mas que tú.
Que tú solo tienes uno.


Un padre de talento.

El bueno de D. Simplicio daba parte á un amigo del casamiento de su hija, hermosa joven de diez y seis años, mas viva que la pimienta y mas precoz que su padre.

— Creo, contestó su amigo, que tu hija es demasiado joven, y debes mirarlo mucho antes de casarla.

— ¡Ah, te parece muy joven! no la creerlas tanto