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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 207

el dia libre para segar, que con la tripa llena lo haremos como unos desesperados.

La idea fué aprobada por unanimidad, los segadores se abalanzaron á la cesta, y despacharon la comida como si hubieran ayunado ocho dias.

— ¡Oh! cómo vais á segar ahora, dijo el labrador, no atreviéndose á resolver si lo hecho le convenia, económicamente hablando, ole perjudicaba.

— Me parece, dijo un segador, que nuestro amo ha traido también la cena, y para no pensar en mas comida que la cebada, creo que podíamos cenar ahora y después segaremos con mayores deseos de dar gusto.

El labrador conoció que aquello no podia convenirle, pero la cena estaba en poder de los segadores, y no hubo remedio; cenaron.

Las provisiones se habian concluido, las botas estaban pez con pez, y los segadores dormian, sin fuerzas para levantarse ni para hablar.

— Señores, dijo el labrador botando de cólera, he dado á Vds. gusto en todo, creo que es ocasión de que Vds. me lo den principiando á segar.

— ¿Qué dice? preguntó uno,

— No es poca su ambición, repuso otro. No se contenta con lo que hemos hecho entre comida y comida, y quiere todavía que seguemos después de la cena. ¡Vaya un avaro!

Eran las seis de la mañana.


La venganza de un marido.

Un albañil, llamado Pedro, tenia grande amistad con su convecino Juan, y no menos con Nicolasa, su mujer; fué un dia, como de costumbre, á visitarla, en ocasión que Juan estaba en el campo; pero á poco llega este, lo saluda y le pide un cigarro. El albañil le dijo: — hombre, lo siento, pero no tengo; toma cuatro reales, marcha atraer tabaco y fumaremos.

Sale Juan de casa, pero con la alegría se olvida