el dia libre para segar, que con la tripa llena lo haremos como unos desesperados.
La idea fué aprobada por unanimidad, los segadores se abalanzaron á la cesta, y despacharon la comida como si hubieran ayunado ocho dias.
— ¡Oh! cómo vais á segar ahora, dijo el labrador, no atreviéndose á resolver si lo hecho le convenia, económicamente hablando, ole perjudicaba.
— Me parece, dijo un segador, que nuestro amo ha traido también la cena, y para no pensar en mas comida que la cebada, creo que podíamos cenar ahora y después segaremos con mayores deseos de dar gusto.
El labrador conoció que aquello no podia convenirle, pero la cena estaba en poder de los segadores, y no hubo remedio; cenaron.
Las provisiones se habian concluido, las botas estaban pez con pez, y los segadores dormian, sin fuerzas para levantarse ni para hablar.
— Señores, dijo el labrador botando de cólera, he dado á Vds. gusto en todo, creo que es ocasión de que Vds. me lo den principiando á segar.
— ¿Qué dice? preguntó uno,
— No es poca su ambición, repuso otro. No se contenta con lo que hemos hecho entre comida y comida, y quiere todavía que seguemos después de la cena. ¡Vaya un avaro!
Eran las seis de la mañana.
Un albañil, llamado Pedro, tenia grande amistad con su convecino Juan, y no menos con Nicolasa, su mujer; fué un dia, como de costumbre, á visitarla, en ocasión que Juan estaba en el campo; pero á poco llega este, lo saluda y le pide un cigarro. El albañil le dijo: — hombre, lo siento, pero no tengo; toma cuatro reales, marcha atraer tabaco y fumaremos.
Sale Juan de casa, pero con la alegría se olvida