cortesano; pero he tenido el honor de representar á V. A. en muchas ocasiones.
Una señora de distinción dijo, viendo pasar la pompa fúnebre de su marido:
— Cuánto gusto tendría de verlo mi pobre Roque, porque le gustaban mucho las procesiones.
Poppe era corcobado y enteramente contrahecho, y como hombre de talento, que conocía sus defectos, acostumbraba decir cuando se enojaba:
— Dios me corrija.
Un cochero, con quien disputaba undia, le dijo:
— ¿Que Dios lo corrija, dice V.? ¿Pues no le costaría menos trabajo el hacerlo nuevo?
Un lugareño necesitaba visitar á un infante, y preguntando el tratamiento que debia darle, supo: que al rey se daba el título de majestad y al príncipe de alteza; pero nadie pudo decirle palabra del titulo que se daba á un infante, porque debían ser tan tontos como él las personas á quienes preguntó.
— Yo lo inventaré, dijo, y principió así su arenga: Señor: yo espero que vuestra infantería me proteja.
Doña Tadea, mi vecina del cuarto bajo, estaba desconsolada por no haber tenido hijos.
— Lo siento mucho, dijo un caballero. ¿Y vuestra señora mamá tuvo alguna hija?
Haciendo el retrato de una señorita hermosa el célebre pintor Rigaud, observó que la joven comprimia