— ¿No sabrá cuando menos pronunciar media docena de palabras? preguntó el juez á la mujer.
— Ni una sola.
De repente se le ocurrió al juez una idea luminosa; la sala estaba llena de gente y no quiso que la oyeran, se acercó al oido de la arriera, le habló, y después dijo ella:
— ¡Ah! eso sí.
Citaron á juicio; llegaron las partes: la contraria llevó un defensor que se empeñó en hablar primero, y pronunció un largo discurso probando que la chaqueta valia mas que la burra, puesto que esta se podia morir y aquella no. La parte defendida estaba radiante de alegria porque el argumento no tenia réplica: el placer de la victoria estaba retratado en su semblante.
El juez tocó la campanilla.
— La parte contraria tiene la palabra, dijo con voz solemne.
Todas las miradas se dirigieron al arriero, y las mas curiosas pasaron adelante creyendo encontrar un defensor á su espalda.
El arriero tosió, se limpió los labios, dió un paso hácia atrás , y dirigiendo al juez una mirada estúpida, abrió la boca y dijo:
— ¡¡Mú!!!
El asombro fué general; el juez tocó la campanilla, y dijo después:
— El señor tiene razón; entréguele V. su burra, que le vuelva á V. la chaqueta , y pague V. las costas.
Después de todo esto, ¡estudie V. y pronuncie discursos!
Una molinera se cayó al rio. Avisaron al marido, que estaba arreglando la máquina, y con mucha calma encendió un cigarro, y se marchó rio arriba.