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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 185

levantadas á la vista de todo el pueblo. Uno de los prisioneros, que iban á ser vendidos, reparó en la posición indecorosa del monarca, y queriendo avisarle, le dijo en voz alta:

— Sabe, Filipo, que soy un amigo antiguo de tu padre.

Admirado Filipo de esta interpelación, volvió la vista y le dijo:

— ¿Quién eres tú? ¿cuándo y dónde has contraído semejante amistad?

— Yo te lo probaré, respondió el prisionero, si permites que me acerque á tí.

Dada la licencia , el prisionero se acercó al rey, y le dijo en secreto:

— Baja tus ropas, Filipo.

El rey se miró, arregló su vestido, y dijo :

— Prisionero, estás libre, porque efectivamente eres mi amigo, sino mi pariente.


La razón de no escribir.

Un recluta escribía á su padre una carta bastante breve, y concluía así:

No soy mas largo, porque tengo tanto frió en los pies, que no puedo tener la pluma.


Segunda sin primera.

Un médico propinó á un joven algunas cucharadas de tintura de ajenjos. El joven manifestó repugnancia.

— Solo la primer cucharada le parecerá á Y mal, diJo el médico.

— Entonces principiaré por la segunda.


Una sola pregunta.

En la época famosa de los gremios se presentó con una carta de recomendación al examinador de los maestros albañiles un mozalvete como de veinte