no pudo resistir la tentación, fue á reir, y se moráió las orejas, cortándose las dos á la vez.
— ¡Ah! ¡ah! ¡ah!
— Lo que Vds. oyen. ¡Pobrecilla!
— ¿Cuántos hermanos tienes? preguntaban á un aldeano que pretendia entrar de criado en una casa.
— Señor, somos cuatro, tres hembras y un macho. Este soy yo.
Carlos XII dictaba una carta á su secretario á tiempo que cayó una bomba y estalló en la tienda junto al escribiente, que dio un salto haciéndose atrás.
— ¿Qué sucede? dijo el rey.
— Pero señor, ¡la bomba! ¡la bomba!
— ¿Y qué tiene que ver la bomba con la carta que te dicto? Continúa, y guarda los polvos que han caldo para que te sirvan de arenilla.
En el año 1837 vivia en un valentón de bigote retorcido, camorrista, pendenciero y perdonavidas, de esos que cobran derecho por dejar salir á la calle de noche, y que son el coco de los solteros lugareños y el gallo de las princesas del estropajo.
La tiranía de este hombre, que podria llamarse Juan Sin-miedo, se dejaba ya caer con tal peso sobre los mozos, que dos de ellos, no pudiendo sufrirla, se resolvieron á acabar con ella de una manera estrepitosa.
Al efecto lo esperaron una noche junto á la puerta de su casa los dos, por supuesto, prevenidos de sus respectivas armas, á saber: el primero un tambor