fresca, sucave y sin olor,
mas concentrada al vapor
muerte doy cual ñera espada,
ó cual rayo sin dolor.
Un ordenando nada tonto, que contestaba perfectísimamente á cuantas preguntas le hacian los examinadores, era sin embargo acosado por uno de ellos, á quien habia cortado varias veces con sus respuestas ingeniosas. No sabiendo ya qué dificultad proponer para abatir el orgullo del astuto ordenando, le dijo:
— ¿De qué pueblo es V.?
— De Cogolludo.
— ¿Cómo quedaba de salud la Santísima Trinidad cuando salió V. del pueblo?
El estudiante reflexionó un momento, y luego contestó:
— El Padre y el Espíritu Santo perfectamente buenos: el Hijo quedó sacramentado.
Los examinadores se miraron con asombro, y dijeron por aclamación:
— Aprobado.
— ¡Ah! ¿vosotros no sabéis la desgracia que sucedió anoche á la pobre Amelia, la hija del dentista de enfrente?
— ¿Cuál? la de aquella boca tan desmesurada que
— La misma.
— ¿Qué ha sido?
— Ya saben Vds. que pone un cuidado muy grande en no reírse por miedo de no poder volver los labios á su sitio. Pues bien; anoche, por su desgracia, oyó leer un cuento de la Biblioteca De la Risa;