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18 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

— ¡Ay! ¡ay! ¡ay!

— Detras de esos, dijo el criado con sorna, vienen los huevos.


El paseo en la caja del reloj.

Observando un buen hombre que el reloj de su casa estaba parado, quiso ponerlo en movimiento, y al ir á tocar la péndola tropezó con la mano en la nariz de un amigo de su mujer que estaba escondido dentro de la caja.

— ¡Qué hace V., miserable! dijo el pobre marido dando dos pasos hácia atrás.

— Señor, me estaba paseando, contestó aturdido, no acertando á decir otra cosa.


La oratoria nueva.

El tio Caloyo, arriero de un pueblo de la Mancha, y entusiasta adorador de Baco, sacrificó tanto á este dios el domingo último, que quiso sentar plaza de comerciante, y en la primera operación (que fué de cambio), dió una burra robusta y jóven, que valdria dos onzas, por una chaqueta remendada que costó de nueva veinte reales.

El negocio no era muy bueno, que digamos, y la mujer del arriero se presentó llorosa al juez de paz pidiendo justicia. Pero la cuestión era difícil de arreglar, porque este funcionario tenia montado su tribunal en toda regla, y no sentenciaba pleito en que cada una de las partes no hubiera pronunciado un discurso. Por consiguiente, era preciso, no solo que se presentase el marido, sino que hablase; y hé aquí que el pobre hombre nunca habia juntado dos palabras que hicieran sentido. Es cierto que el juez estaba convencido de la razón que le asistía, pero ¡cómo prescindir del juicio! ¡Cómo suprimir el discurso! ¡Cómo consentir que la mujer representase al marido contra toda ley y contra todo derecho!