engañar esta mañana, y si á V. le parece poco, yo haré que me engañe esta tarde otra vez.
Hay necedades, decia el abate Voisenon, que un hombre de talento compraría á cualquier precio.
— Señorita, que se pasa la hora y nos quedaremos sin ver nada, decia un caballero á la hermosa Felisa, que se vestía para ir al Observatorio á presenciar un eclipse.
— No os alarméis asi, contestó ella:M. Arago me quiere mucho y lo hará repetir, no lo dudéis, aunque sea dos veces.
— Mi reloj anda atrasado de dos horas, decia un cursante de medicina á otro de farmacia.
— El mío, replicó este, anda atrasado de doscientos reales.
Lo tenía en una casa de préstamos.
Dos hombres que en el domingo último habían comido mucho y bebido mas en una taberna de las afueras, se paseaban por la Ronda, proponiéndose apuestas mutuamente para pagar el gasto de los dos, que ascendía á cuarenta reales.
— Yo apuesto los cuarenta, dijo uno de ellos al llegar al portillo de Valencia, y otros cuatro encima para beber un trago de lo tinto, que ganaré, si el ciego que tienes sentado en ese banco dice tu nombre sin hablarle una palabra.
— Acepto la apuesta, repuso el segundo, y manos á la obra.