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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 171

y daba el asalto á una plaza. En la primer noche, un tiro hirió aun sotadespavilador, y para evitar otra desgracia en lo sucesivo, mandó el alcalde que el hombardeo de la noche siguiente se hiciese con espada.


El orgullo abatido.

Un médico de alguna fama, pero de mas orgullo, esrtuvo ausente de Madrid un mes en el verano último. A su regreso habló de su ausencia en la tertulia á que solia asistir, de una manera tan impertinente, que uno délos tertulios le dijo:

— La ausencia de V. nos era conocida, porque uno de los periódicos facultativos de la corte, aunque inciden talmente, nos ha hablado de ella.

— ¡Ah! ¿conque los periódicos han hablado de mi viaje? ¿Y se puede saber qué es lo que han dicho?

— Indudablemente, puesto que están todos aquí.

— Veamos, veamos.

— Dice así:

— Setiembre 30. — Ha habido una baja considerable en las defunciones, pues se cuentan cien menos que las que se registran en el setiembre del año último.

— Al momento conocimos todos que estaba usted fuera.

—Ya....


Los monos y las peras.

Un pobre arrendatario llevaba una cesta de peras al dueño de las tierras que tenia en arriendo, y como se entretuviese algún tiempo en el patio de la casa esperando que su señor se dignase recibirlo, se llegaron á él dos grandísimos monos vestidos á lo militar, que andaban sueltos por la casa, y con una familiaridad asombrosa se lanzaron sobre laa Iberas y se pusieron como buenos.

El labrador, que los vio vestidos con tanto lujo, no tuvo atrevimiento de oponerse al destrozo que hadan en la fruta delicada, antes por el contrario,