Tres bellas, que bellas son,
Me han exigido las tres,
Que diga de ellas cuál es
La que ama mi corazón.
Si obedecer es razón
Digo que, ¿amo á Soledad?
No. — ¿A Julia cuya bondad
Persona humana no tiene?
No. — ¿Aspira mi amor a Irene?
¡Qué! ¡no! es poca su beldad.
Una carcajada fue la contestación unánime de las tres hermanas al comprender el verdadero sentido de la décima.
— Hermanas mias, dijo Irene, hemos llevado unas calabazas solemnes, y si algo hay en ellas de menos amargo, es el haberlas recibido las tres aun mismo tiempo.
— Yo creo que debemos agradecérselo, dijo la mayor, en primer lugar, porque nos ha desengañado, y después, por la brillante lección de ortografía que nos ha dado, y que yo, por mi parte, no olvidaré jamás.
— Hé ahí, dijo Julia, cuan disparatadamente pensábamos cuando creíamos que una coma mas ó menos ni daba ni quitaba valor á la frase, y que la puntuación, de cualquier manera que se colocase estaba bien.
— ¡Viva el novio, que nos ha dado las calabazas en ortografía!
— ¡Viva!
Cuando nombraron arzobispo á Cisneros, un labrador de Torrelaguna, dándose importancia, solia decir:
— ¡Qué fortuna para éi y qué gloria para mi, que he sido su maestro!