precisamente hablando con algunos amigos de sus pretensiones, llegó un empleacVo que después de haber oido la conversación le dijo:
— Eso es tan cierto, como que yo mismo soy el encargado de traer á V. la orden militar que se le confiere.
— ¡Ah! ¿no lo decia yo? ¿Y qué orden es?
— La de salir de la corte en todo el dia de mañana sin escusa de ninguna clase.
Preguntó un estranjero á Gerades, lacedemonio:
— ¿Por qué Licurgo no ha pronunciado ley alguna contra los adúlteros?
— Porque no los hay enLacedemonia, respondió.
— Pero en caso de haber alguno, replicó el estranjero, ¿cómo se le castigarla?
— Seria condenado, contestó Gerades, á alimentar un buey tan grande, que desde la cimadel monte Tarjetes pudiese, alargando el cuello, beber en el rio Eurotas.
— Pero, ¿cómo, repuso el estranjero, podria haliarse un buey de tanta corpulencia?
— Mas fácil seria eso, dijo Gerades, que hallar un adúltero en Esparta.
Un inglés se puso á comer con voracidad sobre cubierta en el instante en que todos sus compañeros de viaje, y hasta los marineros que tripulaban el buque en que iba, se disponían con sus oraciones á hacer una muerte cristiana, porque la tempestad arreciaba, y hablan perdido todos sus medios de salvación. El capitán, viéndole en tal ocupación, le dijo:
— ¿Cómo tiene V, calma para pensar ahora en eso?
— Me parece, le contestó con frialdad, que el que