pelaba, así es que subiendo un dia á la cocina examinó el estado del hogar y de la mesa, y dijo para sí:
— Esto va despacio; en cuatro saltos me planto en Mezquita, cómo, y me vuelvo á tiempo de hacerlo segunda vez.
No habia quien le pusiera objeciones; lo pensó y lo hizo: toma el tole tole, y saltar que te saltarás, llega á casa del señorito.
Se detiene un momento en la puerta, mueve las orejas y esciicha. Se oye un ruido delicioso, escitante, arrebatador: un ruido de platos; uno de esos ruidos que hacen crecer á palmos la lengua de los perros y menear la cola y las orejas. Esto es hecho, dice el del cuento, hoy como, no solo á dos carrillos, sino á dos casas; hoy saco la tripa de mal año y que alboroten y riñan el suegro y el yerno.
Entra el perro en la casa con estas ilusiones soñando huesos y dibujando mendrugos en su idea.
Llega al comedor, lo examina, lo registra todo; no encuentra ni manteles. ¡Oh, qué terrible ansiedad! el desaliento principia, el perro se estremece.
— ¿Qué será? ¿habré venido demasiado pronto ó demasiado tarde? Sale á la cocina, el hogar no tiene ni siquiera fuego; sigue la dirección que indica el ruido de los platos, y encuentra á la criada ¡oh! ¡qué horror! fregando.
Pero el perro no es perro que se ahoga en poca agua; un momento de reflexión le hace tomar su partido. Gran pérdida ha sido, ¿pero qué hacerle? los platos del suegro no pueden faltar.
— Animo, y á Lóseos; las ollas de Egipto nos esperan allí.
Salta, vuela, salva la distancia en un santiamén; ya está en casa. ¡Oh, qué agonía! No se oye ruido de platos ¡qué! ni siquiera de vasos.
Si estoes ir despacio, piensa el perro, va mucho; si es ir de priesa, va demasiado.
Sube ya no friegan está la vajilla en el vasar.