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132 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

— ¿Qué será la misa? decia en el camino, ¿qué será lo que hacen los demás, que yo debo mirar para hacerlo también? De seguro que si fuera cosa de comer, el tio Lamberto no lo hubiera guardado para mí. ¡Toma! eso seguro. Sí, bueno es él para dar nada á los otros, que algunas veces parece que se va á comer la sartén.

Revolviendo estas ideas, llegó á la plaza, á tiempo que pasaba una boda.

— Estos van á misa, dijo Bartolo, sigámoslos; y, sin decir una palabra, se incorporó á la comitiva, atravesaron dos ó tres calles, y llegaron á casa de la novia.

La mesa está preparada; los convidados se sientan, Bartolo mira y hace lo mismo. El novio era rico, la cena espléndida. ¡Oh, qué comida! Principian á comer; Bartolo imita: beben vino, también imita Bartolo: arrojan los huesos, Bartolo vuelve á imitar.

— ¡Qué despejada es esta gente, dice, ¡ah, no se comen los huesos!

¡Y no haber sabido esto antes! esclama el pobre mozo; ¡haber estado tanto tiempo sin saber qué habia una cosa tan buena como la misa!

La comida se concluye y Bartolo vuelve á su ganado.

— ¿Te ha gustado la misa?

— ¡Que si me ha gustado! digo, pues podia no gastarme. ¡Como estaba tan mala!

— ¿Has hecho lo que hacían los otros?

— ¡Que si lo he hecho! y puede ser que haya ganado á todos.

— ¿Es decir que quieres volver?

— ¡Vaya una pregunta! ahora mismo si hay otra por la tarde; pues digo, si por mí fuera, no hubiera salido de allí, ¡como que era aquello malo!

— Pues bien, el domingo volverás otra vez.

—¿No es domingo todos los dias?

— No, hombre, no.

— ¡Qué lástima!