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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 123

— Ninguno de los dos los tiene.

— Ahora lo vas á conocer: el que yo busco no solo es casado sino....,

— ¡Ay! amigo mió, lo son los dos.

— ¡Qué diablo ¡ hé aquí dos hombres á quienes no se puede desafiar porque no se pueden distinguir.


El que á los suyos parece.

Uno de esos glotones que no tienen mas Dios que su vientre ni mas ocupación agradable que la mesa, solia decir:

— Mi padre comia mucho en poco tiempo; pero mi madre estaba comiendo todo el dia.

— ¿Y V.? le decia un amigo.

— Yo me parezco á los dos.


La reprimenda de un padre.

— Bendito sea Dios, decia un padre, que reprendiendo á su travieso niño observaba la actitud humilde y silenciosa que por la primera vez de su vida habia tomado al escucharle. Por ñn haces caso de mis saludables amonestaciones, y de hoy mas espero que te corregirás en tus desaciertos.

El niño seguia con la vista baja y fija en un punto. El padre, aprovechando esta buena disposición, se esforzó en probar la utilidad de atenerse á los consejos de la esperiencia, y cuando mas de lleno habia entrado en su perorata, dijo el niño interrumpiéndole:

— Padre, ¿á que no sabe V. cuántas hormigas han salido de aquel agujero?

Comprendiendo el buen hombre la ineficacia de su sermón, tuvo á bien suspenderlo para ocasión mas oportuna.


El zapatero y la cabeza cortada.

— Buenos dias, maestro, dijo un estudiante de buen humor á un zapatero de portal, metiendo la