— Ninguno de los dos los tiene.
— Ahora lo vas á conocer: el que yo busco no solo es casado sino....,
— ¡Ay! amigo mió, lo son los dos.
— ¡Qué diablo ¡ hé aquí dos hombres á quienes no se puede desafiar porque no se pueden distinguir.
Uno de esos glotones que no tienen mas Dios que su vientre ni mas ocupación agradable que la mesa, solia decir:
— Mi padre comia mucho en poco tiempo; pero mi madre estaba comiendo todo el dia.
— ¿Y V.? le decia un amigo.
— Yo me parezco á los dos.
— Bendito sea Dios, decia un padre, que reprendiendo á su travieso niño observaba la actitud humilde y silenciosa que por la primera vez de su vida habia tomado al escucharle. Por ñn haces caso de mis saludables amonestaciones, y de hoy mas espero que te corregirás en tus desaciertos.
El niño seguia con la vista baja y fija en un punto. El padre, aprovechando esta buena disposición, se esforzó en probar la utilidad de atenerse á los consejos de la esperiencia, y cuando mas de lleno habia entrado en su perorata, dijo el niño interrumpiéndole:
— Padre, ¿á que no sabe V. cuántas hormigas han salido de aquel agujero?
Comprendiendo el buen hombre la ineficacia de su sermón, tuvo á bien suspenderlo para ocasión mas oportuna.
— Buenos dias, maestro, dijo un estudiante de buen humor á un zapatero de portal, metiendo la