mal y temerariamente de Pirro, rey de los epirotas.
Enviólos á llamar, y con tono amenazador les preguntó si era cierto que hubiesen hablado con insolencia de su persona.
— Cierto es, señor, le respondieron, y hubiéramos dicho mas á no habernos faltado el vino.
Rióse mucho Pirro de la respuesta y los perdonó.
Un gobernador llegó á la capital de su provincia, y al segundo dia salió á paseo con varias personas, y entre ellas el alcalde; pasaron por un puente que no tenia pretiles, con lo que el gobernador se inmutó sobre manera, y dirigiéndose al alcalde, y echándola de autoridad, le dijo.
— Mucho estraño, señor alcalde, encontrar este puente sin pretiles, haciéndose peligroso á las bestias que por aquí pasen.
El alcalde contestó :
— Perdóneme V. S., pues yo ignoraba que dirigiese hoy el paseo por aquí; pero le juro que cuando vuelva á pasar, puede venir descuidado, porque ya estarán puestos los pretiles.
Mandó un caballero á un célebre pintor que pintase la cena de Cristo, y el buen artista, que estaba enamorado, por descuido involuntario pintó trece apóstoles; quiso disimular la falta que había cometido, y añadió al treceno las insignias de correo.
Pidió la paga de su trabajo, pero el señor se negaba á darla por la falta, ó mas bien sobra, de los apóstoles pintados.
El pintor con calma le dijo:
— No tenga pena vuestra merced, porque ese que