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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 115

se contenta con oraciones, y se empeña en tener agarrada la capa... y luego continuaba:

— Señor ladrón, déjeme V. marchar por su vida, asi Dios le de bolsillos de oro en vez de capas viejas, que soy un pobre sastre que va á ganar el pan de sus hijos.

En este espantoso estado quiso Dios que pasara la noche y que llegase la luz del nuevo dia á iluminar aquella escena. El sastre levanta la cabeza, tiene miedo de mirar atrás, porque piensa ver la boca de un fusil que le está amenazando. Poco á poco, y con el mayor disimulo posible, va volviendo la cara. ¡Dios mió! ¿quién será el que lo tiene preso? ¿lo matará? Con el rabo del ojo principia á ver á su espalda, adelanta mas la vista, ya vé por completo: ¡ah! el espectro, el fantasma, el ladrón es... ¡una zarza!!!

Da el sastre un salto de cuatro varas, y tijera en ristre, acomete á la zarza con el valor de Aquiles, y esclama lleno de noble y valerosa indignación:

— ¿Tú eras? ¡ah maldita, vil y cobarde! yo te juro que si como eres zarza fueras hombre, habia de beber de tu sangre. Y diciendo y haciendo, principió á dar mandobles tijeriles sobre la zarza infeliz, que en un santiamén se vio yacer postrada en el suelo.

Y luego dirán que era cobarde el sastre.


El criado recien venido.

Un amigo nuestro recibió ayer un criado que acababa de llegar del pueblo, y para hacerle enrar desde luego en el plan de limpieza y aseo conque está montada toda casa decente, le dijo:

— Es necesario, por de pronto, que te cortes el pelo, dejándote la cabeza monda y lironda; después irás auna casa de baños, tomarás uno, y te lavarás todo el cuerpo.

— ¿Quiere V., señor, que vaya ahora á cortarme el pelo?