Página:El libro de los cuentos.djvu/107

Esta página ha sido corregida
EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 107

— Amigo mio, diga V. algo en verso que nos haga reír.

— Deme V. pié, repuso nuestro poeta.

— Ahí le tiene V., y el cortesano le dio el suyo, levantándolo por detrás.

Quevedo lo cogió inmediatamente y con la espontaneidad que le distinguía dijo:

Buen pie; mejor coyuntura,
Parece, noble señor,
Que yo soy el herrador
Y Tosía cabalgadura.


Los árboles del Paraiso.

Examinábase de último año de teología un brillante joven á quien sus catedráticos tenían interés de desairar. Nada omitieron para obtener este resultado, y el dogma, la disciplina y la historia fueron apurados por los maestros y el discípulo, que en todo estuvo felicísimo. Viendo aquellos que la presa se les iba de las manos, trataron de sorprender á nuestro escolar, y el mas severo le preguntó:

— Dígame V.; ¿qué distribución, qué orden guardaban entre sí los árboles del Paraiso terrenal?

El teólogo, sin vacilar, y señalando á cada uno de sus examinadores, respondió:

— Aquí habia un alcornoque, allá un camueso, raas allá un naranjo.

— Basta, basta, dijeron con prontitud. Estamos satisfechos.


Una cabeza de espediente.

Un alcalde de monterilla, instruyendo las primeras diligencias de un proceso en averiguación del paradero de un borrico robado por los gitanos, tropezaba con el inconveniente de no hallar en su ca