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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 105

están aquellas bravatas tan estemporáneas con que me aturdías los oidos?

— Calla mujer, y no seas tonta: tú no sabes que mientras vosotros hablabais, yo le he llenado la capa de cuchilladas.


La abundancia de caza.

Algunos jóvenes cazadores preguntaron á un andaluz, también cazador, si habia muerto muchas piezas en un bosque al que habia ido á ejercitar su habilidad.

— Tantas, contestó, que solo he podido traer á casa, y eso con mucha fatiga, una pieza por cada mil de las que he muerto.

— Entonces la caza debe ser allí muy abundante.

— Lo es en tal grado, repuso frescamente, que para tirar á los conejos tenia que retirar las perdices con el cañón de la escopeta.


El sacristán y su ayuda.

Apurado un sacristán porque él solo no podia asistir con puntualidad á las necesidades del culto de su iglesia, escribió y presentó al señor cura un memorial en que le pedia una ayuda. El cura tomó la pluma y puso al margen el decreto siguiente:

— Que se la echen.


Las herraduras en su lugar.

Decia un arriero á un herrador:

— Maestro, ¿cuándo acaba V. de hacer las herraduras para mi borrico?

— Con ellas ando.


La música en el entierro.

Estando un hombre gracioso en los últimos ins