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el libro de los cuentos.

— Caballero, no he dicho tal, y para que V. se convenza le puedo repetir mis palabras una por una, y usted juzgará.

— Acepto.

— D. Juan, he dicho, no es de los hombres grandes que saben mucho, ni de los necios que saben poco; es decir, D. Juan no sabe poco ni mucho.

— ¡Ah, eso es otro!


El parentesco con la mula.

Un labrador, á quien se habia muerto su madre, salió un dia de fiesta montado sobre una de sus muías, cargada de campanillas y aderezos de terciopelo encarnado y cintas de colores. Uno de sus parientes lo encontró en la calle y le dijo muy encolerizado:

— ¿Cómo te atreves á salir de casa de ese modo? ¿Qué vergüenza es la tuya?

— Dime, pariente, ¿en qué he pecado?

— ¿Haciendo tan poco que ha muerto tu madre, llevas la muía vestida de colores, y me preguntas en lo que has pecado?

— Perdona, pariente, repuso el astuto labrador, porque hasta ahora no se me habia ocurrido la idea de que la muía tuviese parentesco alguno con mi madre.


La industria de un pobre.

Visitando hace pocos dias á un amigo — que si no tantos como tenia el caballerito Argos, tiene mucho mejores ojos — me encontré sorprendido al encontrarlo comiendo unas guindas enanas y raquíticas, calados en su nariz sendos anteojos de cristal de roca.

— Desdichado amigo, le dije apretándole la mano, ¿qué desgracia es esta?

— Nada, no te alarmes, no es una desgracia, es una industria; siéntate y escúchame. Ya sabes que, como dicen hoy, he venido á menos; pues bien, es